La Mascota
No era más grande que un grano de mostaza, parduzco y lanosito. Lo ví mientras curioseaba en una tienda de mascotas, sobre un mostrador, cerca de una jaula donde unos pequineses gimoteaban. Creí que era una pulga y estuve a punto de alejarme, pero algo me impulsó a mirarlo de cerca. Lo tomé con cuidado en mi mano, sentí que un suave calorcito se desprendía de su cuerpo, entonces decidí que sería mío; sin mirar hacia atrás, me alejé inmediatamente, temiendo que alguien lo reclamara.
Llegando a casa improvisé una cuna, empecé a dar vueltas por la cocina sin saber qué darle de comer, parecía tan indefenso. Intenté darle leche, azúcar, pan, agua, fruta pero nada le gustaba, hasta que se me ocurrió ofrecerle carne cruda, se pegó al bistec como un perrito a la mama y no lo soltó hasta que lo arranqué de ahí cinco centímetros más grande. Me asusté ¿a quién alimentaba? Se quedó dormido por varios días, lo vigilaba sin descanso, no quería dejarlo solo ni para ir al baño ¿y si se escapaba? Tuve que meterlo en un frasco grande con agujeritos en la tapa.
Por fin despertó. Sus grandes ojos marrón proyectaban una tristeza infinita, no quería cejar y le ofrecí otra vez cualquier cosa, menos carne, pero no comía, sólo me miraba y parecía que en cualquier momento se echaría a llorar. Contra mi voluntad tuve que ceder, le dí sólo un trocito pequeño del manjar tan deseado. Otra vez se avorazó sobre él, se lo acabó y pidío más. No aguantaba esa mirada. Al final había crecido otros cinco centímetros. ¿Qué hacer?
Cambió totalmente mi vida, no podía encontrar un minuto de tranquilidad, pensando y pensando qué diablos hacer. Era cada vez más grande y hermoso. Su piel, como pelusa, despedía brillos iridiscentes con la luz del sol, me transmitía serenidad solo cuando lo tenía en las manos. Había conseguido una jaula enorme pero no me satisfacía tenerlo en ese lugar. Cada vez estaba más hambriento y yo más desesperada. Pedí un milagro.
Ayer, por la noche, lo ví por última vez. Sus ojos desprendían un fulgor agradable, había desaparecido la tristeza de su mirada y cuando lo saqué de la jaula se acurrucó en mi pecho mientras emitía un leve susurro. Me dormí.
Hoy, al despertar, ya no estaba ahí. Me sentí desolada, débil, en mi pecho percibí manchas de sangre. Sobre el fondo de la jaula resplandecían cientos de puntitos parduzcos y lanositos.
sábado, 8 de noviembre de 2014
La Promesa
"Mira mis nuevas vestiduras" me dijo, "¿No son hermosas?". Un ángel, pensé, si tuviera alas sería un ángel. La blancura de su ropa y su aura daban al cuarto una luz espectral. Brillaba. Debo estar soñando. "Vengo a despedirme, hijitilla". La voz, esa voz tan amada que no había escuchado desde hacía un año. ¿Dónde estás? quise gritar, más sabía que no contestaría. "Hijitilla", la nostalgia me envolvió como un sudario; había llorado ríos de angustia desde que supe que estaba enferma. Y el dolor, esa sensación de pérdida y soledad. "Ya no puedo esperar más". Creo que yo nunca me perdonaría si ahora se va para siempre. La esperanza me había mantenido en un estado de sopor. Le prometí en su lecho de muerte que yo tendría una hija para que ella pudiera reencarnar y seguir con nosotros. Ella sonrió y apretó mi mano. Hasta que creí estar embarazada no había querido pensar en la promesa, pero siempre estaba presente como una segunda piel. Añoro sus brazos, !Cuántas veces me refugié en ellos a llorar mis penas!, me siento tan desprotegida ahora y no hay en toda la tierra un par de brazos para mi.
"Hijitilla, vine a despedirme, ya no puedo esperar más, mira mis nuevas vestiduras ¿No son hermosas?".
Pero esa noche, esa noche había sangre en mi ropa y comprendí que no podría cumplir la promesa.
"Mira mis nuevas vestiduras" me dijo, "¿No son hermosas?". Un ángel, pensé, si tuviera alas sería un ángel. La blancura de su ropa y su aura daban al cuarto una luz espectral. Brillaba. Debo estar soñando. "Vengo a despedirme, hijitilla". La voz, esa voz tan amada que no había escuchado desde hacía un año. ¿Dónde estás? quise gritar, más sabía que no contestaría. "Hijitilla", la nostalgia me envolvió como un sudario; había llorado ríos de angustia desde que supe que estaba enferma. Y el dolor, esa sensación de pérdida y soledad. "Ya no puedo esperar más". Creo que yo nunca me perdonaría si ahora se va para siempre. La esperanza me había mantenido en un estado de sopor. Le prometí en su lecho de muerte que yo tendría una hija para que ella pudiera reencarnar y seguir con nosotros. Ella sonrió y apretó mi mano. Hasta que creí estar embarazada no había querido pensar en la promesa, pero siempre estaba presente como una segunda piel. Añoro sus brazos, !Cuántas veces me refugié en ellos a llorar mis penas!, me siento tan desprotegida ahora y no hay en toda la tierra un par de brazos para mi.
"Hijitilla, vine a despedirme, ya no puedo esperar más, mira mis nuevas vestiduras ¿No son hermosas?".
Pero esa noche, esa noche había sangre en mi ropa y comprendí que no podría cumplir la promesa.
sábado, 24 de mayo de 2014
La vaca
El grito retumbó hasta dentro del billar, donde los ociosos estaban perdiendo el tiempo como siempre. La voz inconfundible de Doña soledad nos hizo correr pues siendo ella una dama muy calmada, algo muy fuera de lo común debió haber sucedido para hacerla gritar así y en una comunidad como la nuestra donde lo más grave que había sucedido fue la caída del letrero del negocio de Don Miguelito logró que a más de uno se le erizaran los cabellos. El miedo hacía que mi corazón retumbara y si no fuera porque soy muy fuerte y sano seguro me habría dado un ataque. Llegamos sin aliento a la rotonda donde se había reunido ya una gran cantidad de gente pero no vi nada raro al principio. Entonces ella señaló hacía el centro y fue cuando comprendimos. La comunidad, que no era tan chica como para llamarla pueblo ni tan grande como para ser una ciudad, se sentía orgullosa de sus raíces y sus tradiciones. En el centro de la rotonda habíamos puesto como símbolo de nuestras riquezas una vaca de tamaño natural que se fabricó con los trebejes que a todo el mundo le sobraban en sus casas. Habíamos hecho un gran esfuerzo para mandarla a dorar con todo el oro que pudimos conseguir, aún así era solo una capa de pintura de oro, todos lo sabíamos. La vaca no era de oro, aunque parecía. Pesaba varias toneladas. Ahora en el centro de la rotonda se veía un hueco vacío, nuestro orgullo había desaparecido. La gente comenzó a murmurar, corrían sin sentido de un lado a otro pasando la noticia. Sólo un imbécil pudo haberla robado, de eso no nos cabía la menor duda. Un tonto que se llevaría el chasco de su vida. Pero la pregunta general era ¿Cómo pudieron llevársela sin que nadie lo notara?. Ya dije que la comunidad no era muy grande y todos nos conocíamos pero además la rotonda estaba en la plaza central rodeada de casas y comercios. ¿A qué hora y en qué momento pudieron haberla robado?. Pasamos días muy tristes tratando de averiguarlo. Ahora que el tiempo ya pasó, aún sentimos un vuelco en el pecho cada que pasamos por el hueco que quedó en la rotonda. No quisimos volver a poner nada ahí, para qué, nada reemplazaría nuestra querida vaca.
Caridad
El pueblo de Caridad debe su nombre a Caridad Martínez, hija del señor Hipolito Martínez, quien fue uno de los pioneros y alcalde tres veces sucesivas porque el pueblo lo pidió. Claro que ese no era el nombre oficial, el poblado había sido bautizado como Las Culebras, feo nombre que nadie quería recordar. ¿Que cómo le hicimos para cambiar el nombre? Pues así nada más, cambiamos los letreros y como el gobierno de todas maneras no nos pelaba, no lo tomamos en cuenta. Luego tuvieron que dar la autorización porque no les quedó de otra, aunque con eso perdimos el derecho de figurar en el mapa, ya que ahí aparece un lugar llamado Las Culebras y ninguna Caridad, pero no nos importa no existir.
Desencanto
Mi amor
es pradera que perece
tu presencia
látigo en presagio
que estalla en las entrañas.
Los párpados
anegan el páramo dormido
-memoria de siglos
que lucha en un abismo-.
¿Quién abre las puertas
que me miran
y confunde las palabras?
Cae,
se refleja
en vertiginosa placidez
el instante que agoniza.
Arrastro un moribundo cuerpo
entre mis sábanas.
¿Quién dice
que la palabra se abrirá
como capullo?
Recobro la lucidez
en medio del delirio
escucho ecos
que revientan las paredes
el punto de equilibrio
es esa voz que no se escucha
el desamparo saca chispas
a la noche
cuando los trozos de su presencia
se dispersan
la sangre es tinta
que se estira en esta página
para llorar a solas
el tiempo que se extingue.
Afuera
Afuera el rojo sol
en la mesa floreros
flor
eros
erosión en la mesa
y la tinta lenta
pero fluye
huye
tediumbre
silendad y solencio
y la voz llega
se entrega
impera.
Vale la pena
Vale la pena tocarte
escombrar suspiros del sótano
extenuarse
abrigar un grafito en la espera
ondular tu nívea carne
bruñirla
teñirla
esgrimirla
vale la pena
¡Cómo no!
estrujarte
labrar gota a poco
vozemas.
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